Y de repente todo se apaga. Dejas de pensar. La habitación se torna en blanco. Empiezas a describir círculos con los dedos de las manos. Abres los ojos. Y e voilá... Todo ha cambiado.

Pasas de pensar que hay alguien para tí a pensar que el epicentro de tu vida eres tú mismo. De soñar con un abrazo a desear que los únicos brazos que te toquen sean los de tus familiares, amigos, y los tuyos propios cuando te estás bañando. De rezar por un futuro de dos, a anhelar y proyectar un futuro reforzado en la independencia. De creer que el idilio se fundamenta en alguien que te sostiene, a tener la certeza de que el mejor sistema para sostenerse es columpiarse bien fuerte, haciendo fuerza con los pies, sin nadie que te empuje, en el balancín de la vida.

En el fondo, ya no necesito una mitad paralela. Alrededor hay todavía algunas personas durmiendo y soñando. Tienen unas caras tan entrañables que a veces... Incluso yo querría dormir de nuevo.

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