"Hoy hay tregua entre la obstinación y la razón. No hay más juguetes."




La falsa elegancia nunca resultó tan patética; cada palabra suena en disonancia y se clava en el pecho como un cristál.
Mi corazón va pareciendo un rosetón de colores; uno que deja filtrar la opaca luz en mi estancia mental particular... [...]





La estupidéz nunca me pareció buena compañera y sin embargo últimamente me parece la mejor de las hermanas pues a veces me resulta imposible apartarme de su lado, como si de un hilo pendieran nuestros cuerpos y figuras gemelos. Ambos en esta estancia siderál, solos, ausentes y apocados.




Queda menos para que amanezca.

Déjame vivir
Libre
Como las palomas
Que anidan en mi ventana
Mi compañía
Cada vez que tú te vas.

Déjame vivir
Libre
Libre como el aire
Me enseñaste a volar
Y ahora
Me cortas las alas.

Y volver a ser yo mismo
Y que tú vuelvas a ser tú
Libre
Libre como el aire

Déjame vivir
Libre
Pero a mi manera
Y volver a respirar
De ese aire
Que me vuelve a la vida
Pero a mi manera.

Y volver a ser yo mismo
Y que tú vuelvas a ser tú
Libre
Pero a tu manera

Y volver a ser yo mismo
Y que tú vuelvas a ser tú
Libre
Libre como el aire

Tic tac


Tengo un reloj que marca la hora, como nuestro corazón marca los latidos que nos quedan. Se cuánto falta para que llegue la hora, pero no cuantos latidos me restan de vida. El destino es siempre inestable, porque en realidad la estabilidad no es algo uniforme.
Cada latido supone un nuevo comienzo, un nuevo aliento que tomamos para exhalar más tarde lo que nos sobra. En esta vida todo supone un comienzo similar. Hasta el simple hecho de levantarse cada mañana es un nuevo comienzo.
Mis comienzos son a veces inestables, como la realidad es sí misma, pero no he perdido deseos ni esperanzas, así que la balanza continúa ubicándose.

Tengo un reloj que marca la hora a descompás. Cada minuto supone una extensa realidad dividida en sesenta momentos pequeños. Cada uno es una imagen de mí y no podía decir cual es más intensa.

La descripción de uno mismo siempre es difícil, porque nadie es o deja de ser, y siempre muta y actúa dependiendo del minuto en cada hora.

A veces el reloj se para y deja de sonar su "tic tac", pero mi corazón sigue latiendo y es entonces cuando extraño algunas cosas. Cuando de verdad me doy cuenta de que echo de menos algunos minutos de mis horas. Entonces procuro sacar lo mejor de aquellos minutos y plasmarlo en ese instante decimál. Cada segundo en cada minuto cuenta, y cada minuto en cada hora es importante. Cada hora es, a su vez, lo mejor que podemos tener en la vida... Porque si pasan las horas y estas completan los días significa que nuestro corazón sigue latiendo.

El latir de mi corazón acompasa mi reloj.

"Tic.tac.tic.tac.tic.tac..."

No puedo disculparme, sigo vivo...

----------------------------------------------------------------------------


Durante su estancia en Londres había descubierto muchas cosas que desconocía. Él pensaba que la dedicación a su trabajo lo apartaría de todo lo demás, pero estaba muy equivocado. Lo cierto es que su trabajo lo llevaría a todo lo demás.
Para él, el amor había pasado de largo en su vida. No había tenido mucha suerte con sus primeras parejas y eso le había hecho tener una perspectiva más pesimista sobre ese plano. Cuando conocía a alguna chica se limitaba a mantener una conversación cordial y nunca daba su número de teléfono a no ser que fuera por cuestión de negociaciones y trabajo.

Durante su segunda semana en Londres había visitado muchísimos lugares históricos de allí, como la torre de Londres, el puente de la torre, la catedral de San Pablo y el castillo Windsor.
Uno de los días durante aquellas visitas, al salir del hotel se dirigió a una cafetería para desayunar. Allí no había mucha gente, pero solo una en cuestión llamó su atención. Se trataba de una chica de tez pálida y negros cabellos que parecía ensimismada mirando por la ventana, como si a través de ella estuviera contemplando sus recuerdos. Melancolía, esa era la palabra que la describía. Él se quedó simplemente ahí, y aunque a día de hoy continúa sin comprender hasta qué punto pudo afectarle aquél angelical rostro, lo cierto es que no fue capaz de moverse del sitio hasta que ella se fue.

Después de aquél día no pudo parar de pensar en aquella joven. ¿Un flechazo? Era lo más posible y lo menos conveniente. Desde ese día su concentración extrema durante los ensayos de la obra capital se vió mermada. No podía descansar bien, y cada día bajaba a desayunar a aquél café. Pero lo cierto es que ella no apareció... Ni un solo día.

Tras varios días de mal sueño y apetito, continuó con su rutina, a medias desanimado y encantado. Un día, durante los ensayos, se coló un productor de una serie que no era muy famosa por entonces. Allí, observando aquellos actos, se propuso sacar del teatro a unos cuantos. Entre ellos, él era uno.
No esperaba para nada aquella oferta. Él siempre había soñado con el cine, y desde que empezara su carrera artística, hacía unos doce años, nunca había tenido la oportunidad. Ahora se le presentaba por sorpresa y sin previo aviso... Desde luego su ángel de la guarda debía estar poniéndose las pilas....

La serie se llamaba "Last Loved"

Él es.


Él no era nada de lo que pretendía o quería ser pero sin embargo y a pesar de todos los años que habían pasado lo seguía intentando. Él quería ser y vivir, a pesar de que en esos días vivir no significaba vivir, sino morir en vida. Estaba seguro de lo que hacía y creía por completo en sus ideas.

Un día bajó los escalones que llevaban de su casa al parque. Hacía un día espléndido y las nubes y el sol formaban una especie de canción desenfrenada con sus movimientos. La brisa, como un manto, lo envolvió hasta llevarlo cerca de la fuente que decoraba el centro de aquél lugar.
Recordó con nostalgia los días en los que solía jugar tras la casetilla que decoraba una de las zonas del lugar al escondite con sus compañeros, o las veces en las que se quedaba sentado en una de las varandillas que rodeaban el césped. Aquellos días en los que era feliz sin más.
Recordó también el paso del tiempo, y cómo cambiaba todo sin quererlo, sin desearlo.

Entonces se sentó en un banco de acero que había cerca para mirar de nuevo al cielo. Aquél cielo que nunca cambiaba, que siempre permanecía sobre su cabeza, a veces más sobrio, a veces menos luminoso, a veces con brizna y otras lluvioso, pero en cualquier caso, siempre el mismo cielo.

Él quería ser como los pájaros que sobrevolaban el cielo, como la gata que cuida de sus crías y busca alimento para verlas crecer, como los naranjos que dan flor. Él era poeta, pero no hacía poesía.
Contaba con numerosos amigos y ninguno que pretendiera conocerle y entenderle, pero a fin de cuentas toda su vida había sido así.

Aquella vez llevaba una maleta en su mano derecha. Ese día sería el último que vería llover con alegría sobre aquel suelo de piedra, la última vez que vería crecer el azahar en los naranjos.
Sonrió al pensar en ello y se levantó del banco. Miró en derredor y se encaminó hasta el taxi que le estaba esperando. El conductor descendió del auto y lo ayudó a introducir el equipaje en el maletero. Después montó en el asiento del copiloto mientras el taxista hacía lo mismo.
Antes de arrancar echó un último vistazo a su casa, donde ya no había nadie que le esperase. Aquella casa donde había vivido tantos momentos, buenos y no tan buenos, donde había maldecido su vida y se había venido abajo tantas veces, y en cambio, aquella donde también había crecido su valor para enfrentarse al miedo y continuar con sus ideas.

Ese día las calles parecían más desiertas de lo habitual, lo que sin duda increpaba a la nostalgia. En unos minutos llegaron al aeropuerto, pues no vivía muy lejos. No había nadie esperándole para despedirse, pero eso era algo que ya sabía de antemano. Cruzó las puertas tras pagar al conductor y se dirigió hacia la taquilla. Su vuelo se había retrasado.
Se sentó en uno de aquellos incómodos asientos y sonrió con cierta amargura. A pesar de todo, las cosas seguían igual. Normalmente poseía una suerte innata para algunas cosas, y sin embargo era un fracasado para otras. En especial, si en estas otras no podía hacer nada.

Toda su vida cruzó por delante. Deseaba que allí hubiera alguien para escucharle, pero sabía que no iba a pasar por más que lo pensara. Nadie iba a ir a despedirse o desearle suerte.

Era otra de esas estúpidas y arriesgadas ideas. Se marchaba para buscar un futuro estable, o quizá para mejorar y que un golpe de suerte lo arrastrara al éxito. Confiaba en ello, pero sabía que quizá tendría que volver con las manos vacías como muchas veces le habían advertido familiares y compañeros.

Entonces sonaron los altavoces... Era la hora.