CAPITULO 1- “Z.O.A”

Era noche cerrada, una noche que cobijaba sus orgullosas sombras entre los callejones de algún triste y maloliente suburbio a las afueras de una contaminada ciudad. Bajo algunos farolillos delimitados en la penumbra, el traqueteo seguido de un portazo metálico acababa con el silencio nocturno, y tras este un chico de unos veintidós años salía despedido, como alma que lleva el diablo, o más bien, que es perseguida por el diablo a través de la noche.

Su pelo era negro, sus facciones llenas de inocencia, y sus ropas oscuras, como sus ojos. La tez de su piel era pálida, de un pálido enfermizo. Sin embargo la vitalidad de sus pies, que ahora lo alejaban de aquél callejón solitario, denotaba el contraste con la fragilidad de su cuerpo, menudo y delicado.

A la izquierda, después a la derecha, y finalmente izquierda de nuevo. Parecía trazar una trayectoria llena de impulso, donde cada nuevo esquinazo pretendía dejar atrás algo o a alguien que, sin embargo, no parecía seguirle realmente. Nada había tras él, nada que al menos alguien humano pudiera ver.

De pronto, un nuevo esquinazo a la derecha, tras lo que su cabeza chocó con algo recio y duro. Después una mano borrosa.

- - ¿Estás bien?

El sonido era claro, mas al clavar sus ojos en aquél hombre, el rostro y todo su cuerpo era un enigma emborronado. Sabía que era un hombre, por supuesto, pues la voz no era de una mujer ni mucho menos. Lo que realmente llamó la atención del caballero no fue aquél encuentro, sino los ojos del muchacho.

- - Dios mío... ¿Qué te ha ocurrido? Tus pupilas...

- - Mis ojos...- dejó escapar el muchacho con un hilo de voz.

Su voz era igual de delicada que su cuerpo, igual que sus gestos pese al nerviosismo de sus movimientos. Lo que realmente ocurría era que aquellos ojos oscuros parecían salirse de sus órbitas, y sus pupilas eran tan anchas que no le permitían ver con normalidad. Fuera lo que fuese, aquél hombre lo vio, y por algún motivo hizo que se preocupase por aquél muchacho totalmente desconocido para él.

- - Ven.- dijo el hombre tendiéndole la mano.

El muchacho tanteó al aire un instante hasta que el hombre tomó su mano y después lo aupó en brazos.

A decir verdad, aquél muchacho no había estado corriendo porque viera por donde iba, sino porque conocía a la perfección aquellas calles. No era la primera vez que las recorría, aunque no sabía ni recordaba por qué sabía surcarlas con tanta precisión. En manos de un total desconocido era capaz de sentirse a salvo, y entonces cerró los ojos. Pronto el efecto de lo que probablemente fuera una droga hizo que perdiera la conciencia.

Pero... ¿Quién era ese hombre que ahora lo llevaba en brazos? Y aún más... ¿Quién era él mismo?

0 Corazonadas: