Julio, el principio.

Estaba consumida por los celos cuando, de repente, sonó el teléfono y pude ver que en la etiquetación se leía claramente "..."
Sí, probablemente estuviera arrepentido de nuevo, como era costumbre desde hacía meses. Pero esta vez ya no podía sostenerme en aquél trapecio que constantemente se balanceaba entre la virtud y el dolor.

Me había costado determinarme y esta ciudad ya me sabía a poco. Sí, ya había pensado en ello. Lo fácil habría sido tomar impulso y salir pitando hacia Madrid, pero no era tan sencillo.
Todo cuanto había a mi alrededor ya no me llenaba, y las lágrimas que había recogido mi almohada era toda la historia que tenía que contar. Sin embargo esta noche no iba a ser diferente, y por tanto debía tener clara la manera de afrontarlo.

Mientras tanto el teléfono continuaba sonando. Me levanté y me dirigí al alfeizar del balcón después de cruzar la sala de estar, tomé el cenicero y volví a la habitación; me senté en la cama y dejé el cenicero en la mesita de noche, haciendo hueco entre otros múltiples trastos que allí habría dejado noches antes. Entonces cogí la que probablemente fuera la quinta o sexta llamada.

- Si, diga...
- ¡Por fín! ¡Marta! ¿Por qué diablos has tardado tanto en coger el teléfono?
- Ah, eres tú...
- Si, soy yo... ¿Estás bien?
- Claro, como siempre...- contesté mientras me colocaba bien la bata, que era lo único que llevaba puesto-.
- Bueno... Llevo días intentando localizarte pero ha sido imposible, no he conseguido dar con tu "cobertura".
- Si, ya sabes como son estos sitios tan alejados... Es difícil encontrarla. Si a eso sumamos que el redireccionamiento es lento y costoso, probablemente lo único que nos quede sea resignarnos...

Hubo una pausa, y después continué hablando.

- En fin... ¿Qué quieres?
- Tan solo quería saber de tí. Estaba preocupado, no se nada de tí.
- Bueno, estoy bien, ya sabes que no me apego mucho al móvil.
- Ya, cómo has cambiado. Antes siempre contestabas al instante.
- Eso fue hace mucho, cuando tu y yo éramos más que amigos... Aprendí que no vale la pena malgastar el tiempo en preocuparse.
- Noto rencor en tus..
- No- le interrumpí- ...No quiero continuar con esto. Lo que pasó, pasó.
- Está bien. ¿Estás segura de que va todo bien?
- Perfectamente.
- Pero creo que... ¡Estoy muy preocupado!- aumentó el volumen de voz.
- Por tercera vez, va todo bien, no tienes de qué preocuparte- dije despegándome un poco del auricular.
- ¿Seguro? Yo... En serio ¿Va todo bien?
- Por favor, deja de preguntármelo. He dicho que si, no tienes nada de lo que preocuparte, y no es necesario que grites, te oigo perfectamente bien.
- Si... Lo siento. Entonces... ¿Quieres que vaya a buscarte?
- No, estoy bien aquí. No tienes por qué preocuparte.
- Tu madre piensa que lo mejor es que regreses, y tu padre... Está muy preocupado.
- Puedes hacérselo llegar a los dos. Estoy perfectamente.
- ¿Y él? Nunca me gustó para t..
- Cálmate- le interrumpí- No es problema tuyo; además... Ya te he dicho que estoy bien.
- Está bien... ¿Me llamarás?
- Quizás te llame mañana. Cuidate ¿de acuerdo?
- Si, claro, haz lo mismo- dijo en un tono peculiarmente molesto.
- Claro, hasta pronto. Adiós - y colgué.

Era irónico pensar en cómo sucedían las cosas. Justo este, si, el que me acababa de llamar tan preocupado, hace años habría preferido verme en Cuncún antes que estar a mi lado. Y ahora... Ahora se preocupaba por mi y ese que debería haber sido mi pareja en estos momentos... Si es que yo, horas antes, no hubiera decidido continuar sola.

Justo en ese momento, la radio, que estaba puesta, dejó sonar una antigua canción, y no pude evitar sonreir por primera vez en mucho tiempo de puro gozo. Miré por la ventana, y ahora el mar al que el balcón de la 307 daba era mucho más azul.
Felices veintisiete años, Marta.

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