Can de...






El día que aquél perro mordió mi mano, tras tanto tiempo demostrándole mi confianza, pensé que se había acabado el mundo para mí. Porque él era el mundo para mí. Confié ciegamente en un animal que se guía por sus instintos. Me dejé llevar por la ternura que sus ojos me provocaban. Por su crin, sus potentes músculos, y su carácter canino. Cada día, varias veces, yo le llevaba la comida. Procuraba que siempre se sintiera cómodo conmigo. Intenté, lo juro, hasta la saciedad, no abandonarlo.

Pero ese perro me mordió.

Y entonces lo entendí:

"Muerto el perro, se acabó la rabia"

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