He aprendido a desentrañarme, a conocerme y aceptarme, a veces incluso a criticarme. De hecho, me critico más que me acepto, me insulto y desprecio por perder lo que ansío, y a la vez, por aceptar lo que odio. Y así, odiando lo que soy, me acepto, y pierdo de vista lo que quiero y añoro, solo por el hecho de no saber quién soy, o lo que quiero. Si me temo, me atraigo, y si me alejo, me apeno. Siento pena si lo pienso, y si dejo de pensar me pierdo, y al final... Nunca me encuentro. Porque en el fondo estoy perdido en un mar de análisis, de argumentos y recetas que no esperan ser probadas, pero existen, y quieren ser reconocidas, quieren a gritos y en la distancia se escuchan sus ecos. Como una película en blanco y negro, que tras el color de otras muchas aumenta su valor, o la gravilla de una televisión oxidada que perpetúa el silencio de un salón en la noche más cerrada. Asi soy, complejo, maravilloso, incrédulo y a veces indolente, indiferente. Así me he hecho, por todo lo que he visto, por todo lo que creo. Por eso he aprendido a desentrañarme, a conocerme y aceptarme, a veces incluso a criticarme, de hecho me critico más que me acepto...