Creamos a medias tintas, concedemos el don de la palabra a unos oídos que desean escuchar, nos enredamos en las maravillosas vistas que nuestros ojos nos conceden, y a la mañana siguiente, todo ha desaparecido. No hay alma ya en este mundo destructivo. Protegeos, corazones, porque pocos quedan ya que no estén rotos.
Se han roto ya vuestras voces. Las luces que tomais por realidad son tan solo ilusiones que no tienen cabida ya en estas tierras. Se resquebrajan las esperanzas, porque en el fondo solo hay grietas ya en la superficie, y calan, calan tanto que hasta el alma ya es oscura, confusa, indecisa. No hay amor en los recuerdos ni el futuro. Y el presente no es tan solo lo que veis.
Somos lunas, dos caras por persona y más de un corazón helado. Girando alrededor de lo que parece un bucle estático, inerte, silencioso, mortalmente aburrido. Y todos, absolutamente todos, caemos alguna vez.
Protegeos, corazones, porque pocos quedan ya que no estén rotos.
Maniatados, imprecisamente colocados sobre un escenario sin telón donde la función comienza y termina en el mismo punto. Somos polvo, y en polvo nos convertiremos. Nuestra audacia nos permite recordarlo, y es justo entonces cuando las grietas que hemos ido acumulando en nuestros corazones, los recuerdos, los sentidos, las emociones... Se hacen polvo de nuevo.
Entonces, si al final somos nada, y de la nada surgimos ¿Por qué no desgarrarnos y probar suertes, desafiando al azar y a la muerte, a la inexistencia misma dentro de un mundo resuelto de poder y desconfianza?
Somos polvo, y nacemos de un polvo; y en eso consiste el desgarro más básico. Un jodido polvo que en la mayoría de los casos no significa absolutamente nada, pero que al final, mísera respuesta de un destino desafiado y rencoroso, peca de ser un verdadero lastre por el que debemos luchar, resignarnos, convertirnos en polvo.
No hubo protección para el mío. Yo creo en el amor.