Con solo una lectura habría sido suficiente. Ya me aprendí los resultados de las ecuaciones más complejas, e incluso intenté derribar la frontera del entendimiento con el único arma que todo corazón entiende, pero no, nada valió. Al final tuve que repetir todo el trabajo, volver a leer los renglones de mi vida y regresar a memorizar cada putrefacto recuerdo matemático con el fin de fijar nuevamente un punto muerto.
Todo lo que necesitaba era un maestro, un par de clases extras. El problema es que hay pocos profesionales que no engañen a sus alumnos. Me busqué mis propios trucos, e incluso me apunté alguna variada. Pensé que dividiendo nuestro amor entre dos, el resultado sería seguro. Después comprobé que había que dividirlo entre tres: uno por tí, otro por mí, y otro por el espacio que nos separaba . El resultado no terminaba de cuadrar, y pensé que dos corazones en la suma añadirían efectismo a la estética resultona de la magnífica variante...
Me equivoqué. Al final el único resultado eficiente era darme a la bebida.